Fue en el 2014, mientras estaba haciendo prácticas en Alemania, que aprendí a hacer cajas junto a Helene. Ella era una encuadernadora alemana, muy estricta y muy hábil. Era alta, rubia, y con unos ojos azules penetrantes. Pasé 3 semanas en su taller, ayudándola a cambio de que ella me enseñara más sobre encuadernación.
El taller estaba al costado de su casa, en un pueblo a las afueras de Munich. Era un espacio chico, largo, de paredes blancas y piso de cemento. Estaba lleno de libros, de papeles y de mucho cartón. Había también varias prensas antiguas de acero forjado, y una cizalla cartonera con la que tuve una relación de amor y odio.
Por alguna razón cuando recibía las indicaciones de Helene en inglés y trataba de ejecutarlas, me mareaba con las medidas. Me confundía, cambiaba de orden los números y me toca cortar las mismas piezas más de una vez.
En el taller siempre había música clásica de fondo que llegaba a nosotras gracias a una pequeña radio. Éramos sólo las dos, frente a una ventana amplia que daba al jardín trasero, por la cual entraba una luz limpia y una brisa suave de mitad de verano.
El día que Helene me enseñó a hacer cajas mis nervios y mis ganas de agradarle sólo hacían que me confundiera más. Ella me dijo las medidas claramente, y me explicó cómo debía de cortarlas en la cizalla para optimizar el material. Me repetía la importancia de que todo fuese exacto.
“Tiene que ser preciso, sino, no va a cerrar o va a quedar bailando.”
Yo asentía con la cabeza, pero el miedo de equivocarme sólo me entorpecía y me hacía gastar más material del necesario. Buscaba la forma de esconder la pila de cartón mal cortado que iba creciendo a mi costado.
Empecé con la primera, una caja base con tapa. Después de mi tercer round con la cizalla, por fin tenía todas las piezas en la medida correcta y comencé a armarla. Usábamos goma blanca, un pincel fino y masking tape para sostener todo mientras se iba fijando el pegamento. Una vez que estaba seco me tocaba pasar una lija suavemente, tratando de lograr un acabado parejo y pulcro.
“¿Cómo sabes si las medidas son correctas?” le pregunté.
A lo que Helene respondió:
“Cuando le pones la tapa a la caja deberías de sentir resistencia de aire, y cuando la cierras sentirás un ligero soplido, casi un suspiro. Así sabes que tus medidas están bien.”
Una vez pasada la prueba del suspiro, me tocaría forrar. Esa era mi parte favorita, cuando Helene me decía que podía acercarme a la planoteca y escoger los papeles que quería usar. Siempre me daba vergüenza ir por los marmoleados, sentía que todavía no merecía usarlos. Así que iba por algo más sencillo. Esa vez escogí un papel crema y uno marrón con decoración al engrudo.
Ella se tomaba su tiempo en explicarme, en mostrarme dónde tenía que cortar para que todo calce. Cómo tenía que pegar para no tener ninguna arruga, y que tanta fuerza tenía que aplicar para no romper el papel.
“Cuando el papel está húmedo es muy maleable, puede hacer muchas cosas, cubrir todo lo que necesitas cubrir, pero sino tienes cuidado lo vas a romper y tendrás que volver a empezar” – me decía Helene mientras yo escuchaba atentamente.
Sus indicaciones eran claras, pero igual me ponía muy nerviosa. Creo que forré 3 veces la misma caja. No tenía mucho problema por la parte externa, pero cada vez que quería forrar el interior terminaba rompiendo alguno de los lados. Me daba tanta vergüenza que no quería que Helene me viera. Así que mientras ella se iba a trabajar en sus reparaciones de libros para la biblioteca de Berlín, yo repetía la misma acción por cuarta vez escondiéndome entre los cartones y las pilas de libros. Mis días se iban en cortar papel, pre marcar y pegar.
Eventualmente lo logré. Y cuando se la presenté sólo me respondió
“Está bien, ahora vuélvela a hacer, sino te vas a olvidar.”
Y tenía razón, si uno no repite, sobretodo sin supervisión, es fácil olvidarse. Para esta segunda caja sí escogí un papel marmoleado. Aún tengo esas dos cajas conmigo. Cuando las veo, mis errores ya no me dan vergüenza. Son parte de mí, de mi proceso, de mi aprendizaje. Y un capítulo más en mi historia de encuadernación y arte.
Gracias por compartir!
Con mucho gusto! gracias por leer 🙂
[…] Mis primeras cajas […]
Que linda experiencia y muchas gracias por compartirla{
Que historia más bonita, de bien seguro que fue una gran experiencia, de esas que jamás se olvidan. Todo un privilegio!
Muchas gracias! realmente sí ha sido todo un privilegio poder aprender de grandes maestras encuadernadoras.
[…] Mi primer encuentro con el papel al engrudo fue mientras en un taller de Encuadernación en Alemania en el 2014. En esa misma oportunidad aprendí a hacer mis primeras cajas y fue mejorando mi acabado de encuadernación. Puedes leer sobre esa experiencia aquí. […]